Es que es el tic tac del reloj de la pared que informa una especie de secuencias que narra o que deja al descubierto. El ascensor mientras pasa por sobre nuestras cabezas con una luz o con varias puertas y dan ganas de meter los dedos y las manos en la aberturas, para cerciorarse de que los corte. Y ya la desesperación lo inunda todo, lo sabotea todo, lo saquea todo. Dan verdaderas ansias de tener un risco cerca y de ahí bambolearse con el viento hasta volar y caer, o caer y salir volando. Va bien, dice que asómenos bien. Solamente andate bien lejos, donde te vean los desconocidos que no me conocen. Y si te ven –vaya- voy a correr, para que no me atrapen, para que no me cuenten, ni me hablen.
Para saludar a la vecina con un cordial como le va, y observar como riega sus macetas –cada mañana solo letras y un ventanal con postigones de madera. Y si venís a molestarme –vaya- no te abriré la puerta y la música estará muy alta para ese entonces.