viernes, 28 de noviembre de 2008



La enfermedad que no te deja dormir y te deja flaco.

Era el sepulcral sonido de la radio que no se podía sintonizar sola, entre el Hurgarían y el panfletista desarmado, entre el clientelismo y el apoderado ¿Quién? Revoltijo de sabanas y pies destapados y quizá el motor de un ventilador polvoriento por el desuso del invierno ¿Quién es el que va llegar? Radio, radio hija de puta que balbucea como si fuera una radionovela. Es el fantasma del espejo, que en el espejo se refracta. Si, porque éste fantasma esta muerto por la abstinencia. Y yo que soy el fantasma soy el mismo que se queja de la radio de mierda y de Maria Ruiz Guinazu.



Breve anécdota de un desacomodado.

En el 58’ fui a ver el súper clásico, tenía una gorra de lana y Boca había ganado 2 a 0. En el 28’ llegóTrinidad de España, tenia unos ojos hermosos y como éramos primos hermanos nos fugamos a Córdoba. En el 85’ puse una zapatería en Flores. Justo el año pasado nació Trinidad y nos casamos con ella en marzo del 35’ en San Juan, porque resulta que el cura de Córdoba capital era amigo de…


Rompe portones de fábricas.

Hace muchos años en el club de San Justo había un equipo local que la rompía, eran los rompe portones y nosotros con el orgullo en la boca estábamos entusiasmadísimos. Los muchachos se bañaban después de jugar en el club y la caldera estaba en el sótano, entonces el casero la alimentaba con cualquier cosa. Un día me entere que el casero iba a los saldos de libros y le daban nose cuantos kilos de papel por dos mangos, Y EL TIPO alimentaba la caldera con libros, los prendía fuego. Tenía un raye verdadero. En ese momento me di cuenta de la relación secreta entre la literatura y el fútbol. Era un casero loco que tomaba vino, le excitaba ver a las letras quemarse y alentaba a los rompe portones para que le ganaran a esos de Villa Fiorito.

lunes, 24 de noviembre de 2008


Claro, la gente no nos entendía, pero como no estábamos haciendo laburo de base sino sólo public relations para tener un lugar no pálido donde tripear, no nos importaba. Estábamos relocos y las viejas déle coparse con el llanto, nosotros les pedimos que ese bajón de anfeta lo cortaran, sí, total, Evita iba a volver: había ido a hacer un rescate y ya venía, ella quería repartirle un lote de marihuana a cada pobre para que todos los humildes andaran superbien, y nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife.
Néstor Perlongher, Evita vive.

miércoles, 19 de noviembre de 2008


El muñeco de trapo y el triste final



¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios?
¿Y muñecos de trapo con alegres bonetes?

Raúl González Tuñón

Caí como los cuerpos muertos caen.

Dante





Y una mañana se levanto y vio para su horror lo que le tocaba.

Héctor tuvo una hija a los 26 años con Mónica. Fueron años muy rápidos que pasaron como vuelta de calesita. Cuando Héctor se puso a pensar su hija ya estaba crecidita y ya había cumplido los diez años, y ese fue el cumpleaños que más recordó porque su esposa Mónica murió ese mismo año. No fue un gran trauma, fue todo más bien breve y poco doloroso. Héctor no lloro, vio pasar el velorio como una película. La hija heredando el carácter del padre tampoco lloro, sintiendo el remordimiento infantil de desear en el fondo aquella muerte, ya que la madre no era demasiado prestigiosa. Gorda como era, bien enorme y rosada, y la piel tensa y la mirada durísima golpeaba a su hija cada vez que podía para imponerle los límites. La niña flacucha y temerosa, siempre inhibida por la impronta agresiva de la mama-gansa, bien madraza, cocinera de postres de vainillas. Por eso cuando se murió Mónica se observo que no la lloro nadie.

Entonces en la casa bien hacendosa se sintió un leve aire despejado y límpido. Quien dice que todas la muertes son para sufrir. Así siguió creciendo la niña, siempre sola y siempre ama de casa, el padre llegaba cuando el reloj marcaba las 22:00 puntuales.

Y la niña-mujer amaba las telenovelas, se sabía todo los pormenores y se entristecía cuando terminaban, soñaba con la telenovela eterna de 24 horas. Cada personaje guardaba un lugar sentimental en el corazón de la jovencita y ella alucinaba -con su fealdad y su naricita larguirucha y su cuerpecito flaquito- que era la chica que todos querían, la codiciada, la atractiva.

No tardaron en acontecer los 19 años y la niña-mujer, más mujer que niña, se encontró de nuevo sola y sin nadie, y sin macho de telenovelas. Su despertar no había podido ser satisfecho jamás, por eso no tardo en ocurrírsele una idea.

Compraría un muñeco, que siempre la aceptara, que siempre estuviera predispuesto, que se quisiera casar con ella como fuere, que no la golpeara, que la escuchara en todo. De esta forma compro un muñeco una vez y fabricándole el miembro y la ropa con la maquina de cocer, quedo todo terminado. Fueron los días mas felices de la joven, ella y él; el uno para el otro, toda la tarde. Cuando llegaba el padre la hija guardaba al hombre en su placard y durmiéndose el padre, la hija lo sacaba a relucir y lo acostaba en la cama con ella.

Siete años duro la pareja unida, hasta un miércoles atípico en donde el padre se retiro antes del trabajo por estar enfermo y llego a su casa a eso de las cinco. Entro a su casa y no encontrando a su hija en la cocina, la busco en la pieza, abriendo la puerta sorpresivamente, vio una imagen perdurable en la memoria de cualquiera. La hija encima del muñeco copulando ferozmente y el muñeco sobre la cama inerte, violado y re que te violado, aceptando a diestra y siniestra mandobles enloquecidos de la hija lujuriosa.


La escena que subsiguió al encuentro fue simplemente lastimosa. El padre se abalanzo al muñeco quitándoselo a la hija, que avergonzada comenzó a proferir gritos desgarradores. La joven tomo al muñeco por las piernas y el padre sacudiéndolo, lo logro apartar de un tiron. Lo llevo al patio y tras el llanto de su hija que estaba tirada en el piso de mosaico, hizo algo de lo que siempre se arrepentiría. Encontrando un bidón de nafta en el lavadero se lo vertió al infeliz hombre de trapo, y luego le tiro un fósforo encendido que lo prendió fuego. El muñeco ardió que los mil demonios y en un enrarecido final padeció, hasta quedar de él solo cenizas. La hija contemplando esta aberración por la ventana, inmóvil por el dolor que le profesaba esta imagen, se hecho encima lo que quedaba del bidón y sin que el padre pudiera impedirlo, se prendió fuego ella. Cuando el padre le tiro agua ya la cosa había ido demasiado lejos y era ahora la hija muerta la que yacía estúpida, pero con una sonrisa en la boca, feliz de haberse muerto junto al amor de toda la vida.



Flavia.