viernes, 21 de agosto de 2009


El bote

y por siempre, en el Tiempo detenido,
sueña que es cierto su vivir mentido
porque espera la muerte todavía.
Enrique Banchs, Sombra

La primera vez fue dentro de un bote, el fuego sagrado lo incendiaba todo, allá en la isla.
Al otro lado estaba la casa de vidrio.
Miré hacia todas partes, conjuré la frase.
El agua reflejaba lo alto pero con basura.
El bote no se movía, precisaba de fuerza bruta. Estaba ausente.
Lo había hecho y estaba sola.Estaba sola y no necesitaba de nadie.
Hubiera deseado que la casa de vidrio fuese mía.
Mío tampoco era el bote, mía no era el agua ni mío el vestido.
Estaba despojada. Y como buena despojada, no necesitaba de nadie.
Recordé que me llamaban “el sapito’’. Y parecía concordar el movimiento de mis labios con las chispas que saltaban urgentes en la isla. Como si se pusieran de acuerdo las palabras y los elementos. Como si los elementos no hicieran agonizar a los animales de la isla.
Sentía sus voces y socorrerlos no podía, y entre los musgos y los árboles que lejos no estaban se me dio vuelta el bote.
El bote que había sido mi casa y mi puerto, mi universo y mi vida.
Y a través de lo mojado, sentí el dolor en el pecho, me miré para adentro y comprobé que el fuego estaba dentro de mí.

miércoles, 12 de agosto de 2009


LOS OTELITOS


Asombrosas y divertidas criaturas vivientes que tú mismo crías: Monos Marinos.
Fáciles de criar sólo debes añadir agua y seguir las instrucciones (Este kit contiene tres sobres con elementos de crianza y manual completo de instrucciones)
Sea monkeys



¡negado!
este animal, este tadeo
de mi alma
horriblemente feo
seguramente inadorable
falso a todas las letras
y de letras fabricado
pero, perdida la calma
me desfondo en un confíteor Deo
él no sólo me perpetra
¡también me empala!

Osvaldo Lamborghini, Tadeys



I

No lo esperábamos cuando llegaron los etruscos. Negros todos ellos y de un tamaño mínimo, eran, a decir verdad, pequeños furiosos con pensamientos poco predecibles. Así que les llamamos los Otelos. No dejaban dormir. Tiraban de los cabellos por las noches, e imitaban los ladridos de los perros. Eran insoportables los Otelos negritos, pero como con todo, me fui acostumbrando a ellos y les fui tomando aprecio.
Una mañana uno se me ahogó en la pileta. Su torpeza era considerable, sobre todo porque miraban su reflejo en el agua, e instantáneamente, querían abrazarse a sí mismos.
Ese día comprendí que eso de los etruscos y yo no era para siempre.
De tres me quedaban solo dos.
El siguiente mes otro etrusco se me murió. Se había quedado dormido en el garaje y la abuela lo atropelló con el reno 12.
Lo enterramos con tristeza.
De tres me quedaba sólo uno.
Lo que sucedió después fue lo que todos suponían. Mis cuidados con el último etrusco fueron excesivos.
Lo perseguía por todos lados, lo sobrealimentaba, le acariciaba los cuernitos mientras le cantaba el arrorró. Mi último Otelito se sacó los ojos así mismo y se me murió desangrado mientras pensábamos que dormía la siesta.