miércoles, 19 de noviembre de 2008


El muñeco de trapo y el triste final



¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios?
¿Y muñecos de trapo con alegres bonetes?

Raúl González Tuñón

Caí como los cuerpos muertos caen.

Dante





Y una mañana se levanto y vio para su horror lo que le tocaba.

Héctor tuvo una hija a los 26 años con Mónica. Fueron años muy rápidos que pasaron como vuelta de calesita. Cuando Héctor se puso a pensar su hija ya estaba crecidita y ya había cumplido los diez años, y ese fue el cumpleaños que más recordó porque su esposa Mónica murió ese mismo año. No fue un gran trauma, fue todo más bien breve y poco doloroso. Héctor no lloro, vio pasar el velorio como una película. La hija heredando el carácter del padre tampoco lloro, sintiendo el remordimiento infantil de desear en el fondo aquella muerte, ya que la madre no era demasiado prestigiosa. Gorda como era, bien enorme y rosada, y la piel tensa y la mirada durísima golpeaba a su hija cada vez que podía para imponerle los límites. La niña flacucha y temerosa, siempre inhibida por la impronta agresiva de la mama-gansa, bien madraza, cocinera de postres de vainillas. Por eso cuando se murió Mónica se observo que no la lloro nadie.

Entonces en la casa bien hacendosa se sintió un leve aire despejado y límpido. Quien dice que todas la muertes son para sufrir. Así siguió creciendo la niña, siempre sola y siempre ama de casa, el padre llegaba cuando el reloj marcaba las 22:00 puntuales.

Y la niña-mujer amaba las telenovelas, se sabía todo los pormenores y se entristecía cuando terminaban, soñaba con la telenovela eterna de 24 horas. Cada personaje guardaba un lugar sentimental en el corazón de la jovencita y ella alucinaba -con su fealdad y su naricita larguirucha y su cuerpecito flaquito- que era la chica que todos querían, la codiciada, la atractiva.

No tardaron en acontecer los 19 años y la niña-mujer, más mujer que niña, se encontró de nuevo sola y sin nadie, y sin macho de telenovelas. Su despertar no había podido ser satisfecho jamás, por eso no tardo en ocurrírsele una idea.

Compraría un muñeco, que siempre la aceptara, que siempre estuviera predispuesto, que se quisiera casar con ella como fuere, que no la golpeara, que la escuchara en todo. De esta forma compro un muñeco una vez y fabricándole el miembro y la ropa con la maquina de cocer, quedo todo terminado. Fueron los días mas felices de la joven, ella y él; el uno para el otro, toda la tarde. Cuando llegaba el padre la hija guardaba al hombre en su placard y durmiéndose el padre, la hija lo sacaba a relucir y lo acostaba en la cama con ella.

Siete años duro la pareja unida, hasta un miércoles atípico en donde el padre se retiro antes del trabajo por estar enfermo y llego a su casa a eso de las cinco. Entro a su casa y no encontrando a su hija en la cocina, la busco en la pieza, abriendo la puerta sorpresivamente, vio una imagen perdurable en la memoria de cualquiera. La hija encima del muñeco copulando ferozmente y el muñeco sobre la cama inerte, violado y re que te violado, aceptando a diestra y siniestra mandobles enloquecidos de la hija lujuriosa.


La escena que subsiguió al encuentro fue simplemente lastimosa. El padre se abalanzo al muñeco quitándoselo a la hija, que avergonzada comenzó a proferir gritos desgarradores. La joven tomo al muñeco por las piernas y el padre sacudiéndolo, lo logro apartar de un tiron. Lo llevo al patio y tras el llanto de su hija que estaba tirada en el piso de mosaico, hizo algo de lo que siempre se arrepentiría. Encontrando un bidón de nafta en el lavadero se lo vertió al infeliz hombre de trapo, y luego le tiro un fósforo encendido que lo prendió fuego. El muñeco ardió que los mil demonios y en un enrarecido final padeció, hasta quedar de él solo cenizas. La hija contemplando esta aberración por la ventana, inmóvil por el dolor que le profesaba esta imagen, se hecho encima lo que quedaba del bidón y sin que el padre pudiera impedirlo, se prendió fuego ella. Cuando el padre le tiro agua ya la cosa había ido demasiado lejos y era ahora la hija muerta la que yacía estúpida, pero con una sonrisa en la boca, feliz de haberse muerto junto al amor de toda la vida.



Flavia.

















1 comentario:

Nicolás Pedretti dijo...

jjjajjajja. está muy bueno. Criticas: El tiempo, aunque paralítico y apoyado en la modulación de la historia, parece proyectar y errar unas cuantas patadas contra el discurso. Algo de ansiedad en la excritura.