miércoles, 4 de marzo de 2009

Un día en la metralleta



Por Saco Raído Blackoblackski




Faltó o sobró para que me convirtiera en una especie de aguijón. En realidad ahora que lo pienso mejor, tengo los pies desnudos y los logre conformar, entro de todo, en un par de medias bastante baratas. No se si faltó o sobró o si ninguna de las dos cosas. De repente era un nulo y otro rato fui un arma de fuego automática, de cañón más corto que el fusil y de gran velocidad de disparo. Lo horripilante fue ser ese cacho de metal y estar además a la disposición del zángano que apuntaba el arma. La primera vez que me dispararon sentí ese especie de dolor, como el de las mujeres vírgenes a punto de sufrir el desgarre, como el enfermero que inyecta por primera vez la dosis de penicilina. Fue traumático ese segundo antes, porque inmediatamente al liberar la bala sentí la excitación más grande de mi entupida vida, muy cierto, la bala fue a parar a un hermoso cervatillo. Y yo quería seguir acribillándolo, no me contenté con liberar un solo plomo caliente. Necesitaba más, pero el animalito ya no respiraba y era innecesario. En la noche yo estaba deseoso en un cinturón y se dio la oportunidad que yo tanto ambicionaba, en un pleito de polleras maté por descontrolado y borracho a un hombre, y eso, me gusto más que cualquier otra cosa.

1 comentario:

Mechi dijo...

Esta muy bueno.
Hace poco leí un capitulo de Cioran "escuela del tirano", te lo voy a pasar, me recordo mucho muchisimo.
saludos lolalola!