martes, 17 de mayo de 2011

Boedo

Ese día me levanté y me serví un café, leí el cartel que me había dejado mi mamá en la heladera, decía que los gatos tenían que comer el alimento especial. Hacía viento y me puse a ordenar las fotos familiares en la mesa del comedor. Estaba ordenando las de un cumpleaños de 1993, cuando veo a un tipo saltando en la ventana. Me acerqué para mirar: eran de cablevisión. La camioneta estaba estacionada en la puerta y dos hombres se habían metido en mi jardín delantero no sé con qué permiso.

Yo estoy en contra de la propiedad privada, mi abuelo fue un importante dirigente del partido comunista y hay una tradición familiar, pero que se metan a mi casa sin permiso me saca.

Golpeé el vidrio como para que me vieran. Los dos hombres me miraron y siguieron su trabajo ¡qué falta de respeto! Ni siquiera me saludaron. Ya más decidida abrí la puerta y les dije: hola señores, está bien que tengan que trabajar con los cables pero podrían pedir permiso para entrar a mí casa.

Los dos hombres se miraron sorprendidos, y uno dijo: -tenemos permiso de la señora de enfrente, tenemos que ponerle cable.

No entendí. Desde cuando la señora de enfrente decidía a quien dejaba yo entrar a mi casa. Estaba confundida, pero decidí volver a ordenar las fotos.
Los dejé trabajar y me encerré.

No habían pasado diez minutos cuando siento que tocan la puerta. Eran los hombres del cable, me pidieron agua y si tenía gaseosa. Me pareció desubicado pero encontré una botella de seven up y se las di. Empecé a desconfiar. Decidí observar lo que hacían desde la ventana chiquita del baño.

No sé en qué consistía el trabajo, pero habían puesto música: sonido amazónico parecía. Mientras juntaban los cables, uno de ellos tomó al otro de la mano y lo empezó a girar. Se pusieron a bailar y no tuvieron el menor cuidado con las flores de mi mamá, las machucaron y las pisaron con los pies.

Era demasiado, me pareció un abuso total. Estaba a punto de decirles que se vayan, cuando de repente mi mirada se posó en un portarretratos de la biblioteca. En la foto estaba mi abuelo que ya murió en Leningrado, lo rodeaba gente del partido, sobre todo mujeres. Me sentí una basura.

Salí a la puerta y les dije que si querían alguna otra cosa me avisaran, que mi casa era su casa. Los hombres de mameluco verde asintieron con la cabeza.
Por fin dije, estoy subsanando todas las injusticias de los cuentos de Castelnuovo y Álvaro Yunque que me leían de chica.

Entraron conmigo. Tomamos mate los tres y les mostré todas mis fotos. Comimos juntos, hicimos el amor. Ya no me iba a sentir culpable nunca más.

2 comentarios:

Lia dijo...

se puso re porno al final, un beso

Anónimo dijo...

te voy garchar putita