viernes, 13 de febrero de 2009



Por el Camino de Swann pero bajando en picada (yo no sabía lo que iba a pasar).






Y nadie más podía entender aquella inmolación, aquél descuido de querer tirarme por el barranco. No sé si se entendía, estaba harta del mundo y me preocupaba en esos momentos *lo que fui* y lo que *había sido*. Diferenciando claro, las dos cosas. Lo que fuí era algo que me podía proponer en el momento en el cual estaba respirando. Lo que había sido ya se lo dejaba a la posteridad, al que vendrá, a la suerte mía después del barranco. Una suerte que me parecía maravillosa. ¿Y si…? Algo tan divertido como eso. No me bastaba meter los pies entre las rocas. No me servía ver con estos ojos como los chicos de tierra en los cachetes comían caracoles con la misma gula de un hombre gigante. Porque por aquellos días mi amiga me decía que su hermano crecía desproporcionadamente para arriba, y a mí me preocupaba esta situación, digo, hasta donde podía llegar, hasta la terraza por ahí. Es sordo, mudo o qué. Proteínas. Y me daba rabia, me daba rabia todo. Menos el mar que me chocaba los tobillos, menos el barranco, y menos las música esta que esta sonando. Y después.

1 comentario:

Mechi dijo...

Tiene una voz muy fuerte este texto me gusta mucho. Seguiré releyendo!
Un abrazo