domingo, 15 de febrero de 2009

Yo vivo en una ciudad donde la prisa del diario trajin parece un film de Carlitos Chaplin aunque sin comicidad.
Pedro y Pablo
Gran espacio en blanco de mi casa a la tuya
Creerlo es haberlo soñado. Cuando daba media vuelta en la cama ya me estaba enredando con las sabanas. Eso significaba una cosa en la ventana, de ella salía como si fuera un parlante los ruidos de la superurbana avenida. Esta vez había soñado con un perro guacho que me despertaba. En efecto, al mirar por la ventana vislumbré al perrito que le ladraba al linyera del barrio que varado se había quedado en mi puerta la blanca por los tragos del tinto elemento, y a pesar de mi poca conmoción encendí la radio que pasaba boleros y me pregunté que tan fea podía sonar la escuadrilla del amor, sin embargo el linyera pareció escuchar mi radio que fuerte estaba y se puso a tararear el bolero que bien lo sabía. Me puse contento por él. Roca por mano, me tocaron el timbre y yo no quería que se me queme el café matutino.
Abrí enseguida y en la puerta estaba el perro guacho que me había despertado, esta vez venia a decirme –en un tono por demás refinado- que el linyera había muerto instantes atrás cantando el bolero que pasaba mi radio portátil.

viernes, 13 de febrero de 2009



Por el Camino de Swann pero bajando en picada (yo no sabía lo que iba a pasar).






Y nadie más podía entender aquella inmolación, aquél descuido de querer tirarme por el barranco. No sé si se entendía, estaba harta del mundo y me preocupaba en esos momentos *lo que fui* y lo que *había sido*. Diferenciando claro, las dos cosas. Lo que fuí era algo que me podía proponer en el momento en el cual estaba respirando. Lo que había sido ya se lo dejaba a la posteridad, al que vendrá, a la suerte mía después del barranco. Una suerte que me parecía maravillosa. ¿Y si…? Algo tan divertido como eso. No me bastaba meter los pies entre las rocas. No me servía ver con estos ojos como los chicos de tierra en los cachetes comían caracoles con la misma gula de un hombre gigante. Porque por aquellos días mi amiga me decía que su hermano crecía desproporcionadamente para arriba, y a mí me preocupaba esta situación, digo, hasta donde podía llegar, hasta la terraza por ahí. Es sordo, mudo o qué. Proteínas. Y me daba rabia, me daba rabia todo. Menos el mar que me chocaba los tobillos, menos el barranco, y menos las música esta que esta sonando. Y después.

martes, 3 de febrero de 2009



Klaus Kinski

Tengo una tormenta de viento en la cabeza. Anteanoche me desorienté en mi propio patio. Estamos de acuerdo en que estaba ebria, pero no lo suficiente. Caí de rodillas a las ocho de la mañana. Creí ver atrás de los pinos a Klaus Kinski. Yo quería levantarme para ir a buscarlo porque él no se acercaba, pero había desaparecido. Volvió a resurgir media hora más tarde cuando yo ya estaba entregada cortando las hortensias de mi abuela. De vuelta él hacía sus morisquetas y danzaba muy animadamente, pero lamentablemente de un momento a otro se hizo humo y me sentí muy sola. Me abordaba una soledad tan profunda y tan fría que comencé a gritar. Mi idea era despertar a alguien para que al menos me insultase, pero no fue así. Entonces me sentí más sola que antes. Hasta que me acostumbré, logré convivir con ello y ya no me sentí tan enferma. Me sentía súper bien. Y me quede dormida encontrando muy a mi gusto la planta de hortensias que ahora me servia de confortable cama. Y al amanecer me despertó mi enérgica abuela preguntándome de quien era el sombrero ridículo que había encontrado en su patio. Yo le respondí: “Abuela ese sombrero es de nada más ni nada menos que de Klaus Kinski”.