jueves, 18 de septiembre de 2008

De la calle aquella, en una explanada de viento y marea y una luna

Que se instalaba redonda y gigantesca como queriéndose comer el mundo.

Resurge y repaceré en otros sitios lejanos y cruzándose por entre las ramas que intentan taparla pero no deben.

Y en mi bolsillo el puñal escondido, esperando el momento preciso, deseoso y hambriento, el que nunca había matado a otro, ahora quería desencadenar su ira.

El que me ama (yo se que lo hace) hoy merece morir y yo lo merezco mas.

Pero hoy le toca la suerte en las ruletas de los casinos y en los burdeles.

Sus labios suavemente me clavan un beso que suena a la despedida definitiva.

Y yo lo beso, para darle la muerte que lo corre con el tiempo de los segundos que esperan.

Mi mano actúa en una representación casi romana, toma el puñal –involuntaria- y lo clava. El no lo impide, lo recibe como el rey malandra que es, porque me ama.

Pero no deja de besarme, y aguanta la presión del dolor eterno.

Los ojos muertos, ya vacíos, miran los míos con la brillantez marchita.

Lo sostengo porque amenaza con caer hasta que cae, desplomado como un ave a la que la han bajado de un honderaso justo y preciso.

Luego del terror mate a un hombre, al único que me amaba.

Y ahora… ahora debo correr.

2 comentarios:

Nicolás Pedretti dijo...

me parece muy bueno.. Una escritura muy directa. muy bueno. Es lo que más me gusto.
la distribución en fragmentos, fue un acierto.

Pablo Di Iorio dijo...

Sos lo peor que me pasó en la vida